Quiero dar las gracias a todas las personas que, en algún momento, tras una conversación, un taller o encuentro cualquiera en el que abordamos el tema de la crianza respetuosa, me hizo alguno de estos comentarios. Lejos de prejuicios y posturas defensivas, estas críticas me obligan a cuestionarme no sólo cuál es el mensaje que transmitimos, sino cómo lo hacemos.
Los que dedicamos parte de nuestro tiempo a compartir con otros aquellas experiencias que nos han sido útiles, tenemos la obligación de ser muy respetuosos y sinceros, y sin duda, ese es un valor del Instituto Asturiano de Mindfulness.
Quiero comenzar este post afirmando que ningún padre o madre es perfecto/a ni puede serlo y, sin embargo, hay muchas maneras de ser buen padre y buena madre de nuestros hijos. También quiero añadir que el trabajo que tenemos por delante no es fácil pero tampoco debemos utilizar la dificultad como un parapeto en el que escudarnos para no intentarlo todos los días. Hemos decidido ser padres o madres y esa decisión conlleva una responsabilidad muy importante a la que todos nos enfrentamos como novatos en cada momento, en cada circunstancia, en cada situación, y no siempre lo hacemos bien.
La cuestión no es si hemos fallado, el reto es darse cuenta, atender a las posibles consecuencias, incluso y sobre todo, obteniendo la información de todos los implicados y, con todo eso, aprender para la próxima ocasión.
He leído gran cantidad de libros y artículos sobre educación, visto un sinfín de vídeos donde se abordan temas relacionados con la crianza, también he participado en algún taller relacionado con la parentalidad y confieso que he tenido esa sensación muchas veces. Pero no me he querido quedar anclado ahí, en esas ideas que podemos resumir en el “Sí ya, pero es muy difícil”. Me viene a la cabeza un símil que igual no tiene mucha relación con lo que estoy diciendo pero creo que nos puede servir, me refiero a los virus informáticos. Todos en algún momento hemos sufrido el ataque de uno de estos virus que provoca un efecto negativo en nuestro ordenador. Aparece cuando menos te lo esperas y, en ocasiones, sin saber realmente por qué puerta accedió. Estos pensamientos a los que me refiero son similares a estos virus, entran en nuestro ideario sin darnos cuenta cuándo aparecieron pero ahí están, y nos hacen bastante daño, ralentizan el sistema, dificultan que accedamos a otra información e incluso pueden favorecer que se bloquee el sistema. Al ser consciente de la existencia de estos virus, decidí elaborar un filtro que utilizo como “antivirus” contra mis propios pensamientos.
Aunque tengo la certeza de que nuestros hijos e hijas son infinitamente más benevolentes con nosotros que nosotros mismos, no es justo que permanezcamos sin actualizar nuestro “equipo” y que sean ellos los que sufran parte de las consecuencias.. Quiero compartirlo con vosotros como una herramienta más que os pueda servir en este camino “tan difícil” que es ser padres y madres.
¿No nos ha pasado alguna vez que esa situación que oímos a otro o que leemos en algún libro es similar a alguna experiencia que estamos viviendo en casa y sentimos que también nos gustaría cambiarla?
¿No nos ocurre también que en ese preciso instante aparecen afirmaciones en nuestra cabeza que impiden que nos pongamos en marcha?
Generalmente tenemos cierta resistencia a cambiar una situación por muy incómoda que suponga, es posible que tenga que ver con la incertidumbre sobre los resultados, con el esfuerzo que supone en ocasiones actuar en contra de lo habitual o incluso la propia habituación a las circunstancias actuales.
Nuestro cerebro pone en marcha todas las herramientas de las que dispone para hacer honor al dicho “Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”.
Es función de la razón justificar esa decisión de no actuar y, para mí es completamente respetable si somos conscientes de ese juego. Sin embargo, si no soy consciente de las razones reales por las que evito cambiar, implemente me autoengaño, algo parecido a hacerme trampas al solitario.
Este filtro o antivirus consta de varias premisas a las que someto la información que provoca en mí esa sensación de desánimo, impotencia, resistencia o frustración. Ahí va:
- Creo que es difícil, pero ¿quiero realmente intentarlo?
- Si a otro padre u otra madre le ha funcionado, ¿podría funcionar en mi familia?
- Si la respuesta inicial es no, ¿puedo asegurarlo firmemente?
- Si la respuesta inicial es no sé, ¿quiero realmente intentarlo?
- No ha dado resultado, pero ¿ha cambiado algo?
- Si la respuesta es sí, ¿es posible que tenga que persistir?
- Si la respuesta es no, ¿qué otras versiones se me ocurren?
- ¿Quiero resultados a la primera?
- ¿Quiero que un resultado se mantenga indefinidamente?
Veamos con un poco más de detenimiento estas cinco preguntas y qué efecto pueden tener. Igual lo entendemos mejor con un ejemplo:
Supongamos que estamos en una fiesta de cumpleaños de un compañero de clase de mi hija y también están presentes los padres de algunos de los niños invitados. En un momento determinado, mi hija comienza a pegarse con otra niña por uno de los juguetes.
Antes de salir de casa lo habíamos hablado y le insistí en que debía llevarse bien con el resto de los niños (como ya os podéis imaginar, el decírselo no es suficiente para evitar que se produzca).
Esta conducta me genera frustración y enfado, hasta bastante vergüenza ante la posibilidad de que el resto de los padres puedan poner en tela de juicio mi forma de educar.
Mi respuesta más probable sería acercarme a mi hija y reprenderla por su comportamiento, incluso amenazarla con marcharnos del cumple si lo sigue haciendo o castigarla durante un tiempo con la intención de que recapacite sobre lo que ha hecho.
Creo que la mayoría podemos vernos representados en este ejemplo, ahora bien, este mismo padre acude a un taller sobre crianza respetuosa donde le dicen que puede gestionar esa situación de manera diferente si tiene en cuenta las necesidades de su hija. Obviamente el primer pensamiento que le cruza por la mente es: “sí claro, con mi hija eso no funciona, si no me cabreo encima se ríe de mi”. Pues bien, pasemos nuestro “antivirus”:
Creo que es difícil, pero ¿quiero realmente intentarlo?
Si me dejo llevar por los juicios es muy probable que siga anclado a todas esas justificaciones que me impiden cambiar de estrategia y comprometerme con un modelo educativo alternativo. Al obligarme a suspender los juicios (no eliminarlos ni cambiarlos) abro la puerta a nuevas alternativas de respuesta por mi parte.
O me hago consciente de que no quiero realmente intentarlo, por el motivo que sea (no seré yo quién juzgue a nadie, cada uno tendrá sus propios motivos), puede ser por falta de tiempo, por cansancio, por la incertidumbre del resultado o por una formación insuficiente. Aún así, conectar con estas razones también me da pistas para la solución. Siguiendo con el ejemplo, una de mis respuestas podría ser: “Ahora no quiero, tengo que hacer algo que funcione ya, no tengo tiempo para pensar en alternativas, además, qué pensarán esos padres”. Esta opción es coherente con mi necesidad de minimizar la culpa o la vergüenza que siento en esta situación delante del resto de adultos pero no parece que pueda ser muy eficaz como estrategia educativa.
Lejos de ser útil el antivirus, en esta ocasión provoca que se afiance el pensamiento-virus. Si la respuesta a la pregunta “¿quiero realmente intentarlo?” es afirmativa, es muy posible que mi perspectiva cambie y vea esta escena como una oportunidad para educar a mi hija de acuerdo a los valores que para mi son fundamentales.
Si a otro padre u otra madre le ha funcionado, ¿podría funcionar en mi familia?
Cada familia es diferente y yo soy experto únicamente de la mía. Aún así me hago esta pregunta para explorar qué respuesta me doy. Si mi respuesta es NO, a continuación me pregunto si estoy completamente seguro de eso y no es otra justificación que me impida avanzar (“Con mi hija eso no funciona, lo sé”) Estaría en el punto anterior.
Si desconozco la respuesta y aún así siento cierta resistencia a cambiar, igualmente vuelvo al primer punto. Las opciones posibles son que no quiero intentarlo en este momento o que hay otros motivos que me dificultan el proceso, se abre de nuevo un camino a explorar.
Veámoslo con el ejemplo: Si mi respuesta es “desconozco si funcionaría con mi hija pero no quiero quedar como un padre permisivo delante de los demás”. Darme cuenta de esta idea me permite seguir indagando, “¿qué es más importante para mí, enseñarle a mi hija que es mejor para ella no pegar a otros niños y no como un requisito necesario para que yo no me enfade o por temor al castigo, o evitar una crítica a mi forma de educar por parte del resto de los padres?”.
Si reconozco que es más importante enseñar a mi hija a ser respetuosa con los demás, tengo que empezar por respetarla yo a ella y buscar la herramienta más adecuada para conseguir mi objetivo, aunque eso implique un mayor esfuerzo. Me surgen otras preguntas que me sirven también para seguir avanzando, por ejemplo: ¿la estrategia alternativa al castigo es necesariamente la permisividad?, ¿quiero que mi hija aprenda que sus decisiones están condicionadas por la opinión de los demás? Lo dejo ahí por si sugiere alguna reflexión.
Hemos decidido poner en marcha una nueva estrategia y no ha dado resultado, pero ¿ha cambiado algo?
Si nuestra respuesta provoca un cambio en la conducta de nuestro hijo o hija, aunque no sea el que pretendíamos inicialmente, puede ocurrir que necesitemos persistir en situaciones similares aprendiendo de cada una de ellas.
No está de más, hacerles conscientes de ese cambio y lo que nos hace sentir, siempre en un tono positivo (por ejemplo: “muy bien peque, esta vez no has pegado a la niña para coger el juguete, me siento orgulloso”. Aunque se lo quitó de las manos, lo seguiré trabajando con ella en otro momento o le muestro cómo hacerlo correctamente pidiéndoselo yo a la otra niña).
Si nuestra respuesta no ha dado ningún resultado, es momento de cuestionarse qué otras versiones existen. Si nos damos justificaciones como respuestas, deberíamos una vez más, volver al primer punto.
¿Quiero resultados a la primera?
Esta pregunta está muy ligada a la anterior y me sirve para darme cuenta si es realmente posible que obtenga resultados a la primera.
Ya hemos podido comprobar que educar no es dar una instrucción y generar el cambio en el niño o en la niña de manera inmediata. Sin embargo, tendemos a desear eso y molestarnos cuando no se produce.
Siguiendo con nuestro ejemplo, veo como mi hija vuelve a pegar a la niña en una segunda ocasión, esta vez me acerco con cara seria, describo lo que he visto y tomo medidas también respetuosas, por ejemplo: “He visto que has golpeado en el brazo a la niña (utilizaría su nombre) por segunda vez y eso no está bien”. Animaría a la niña a que expresara cómo se siente cuando mi hija la pega y, tras su respuesta, le preguntaría a mi hija qué otra opción se le ocurre que puede utilizar para conseguir el juguete, incluso ayudándose de la posible opinión de su nueva amiga.
Permanecería durante un tiempo cerca de la zona de juego para observarla y hacerla consciente de cualquier gesto de cooperación que muestre. Los niños aprenden mejor cuando saben lo que tienen que hacer que cuando sólo les decimos lo que es incorrecto.
¿Quiero que un resultado se mantenga indefinidamente?
Al igual que nos ocurre a los adultos, integrar una conducta nueva implica práctica. Creer que, porque lo haya hecho de la manera que nos gusta en una ocasión, eso implica que se va a repetir indefinidamente es un error. También puede ocurrir que transcurrido un tiempo repita la conducta indeseada, en ese caso debemos ser conscientes que las circunstancias que rodean cada situación varían y, sin estar justificado lo
ocurrido, el niño o niña puede que lo entienda como una situación novedosa. Responder desde el reproche no consigue el cambio, únicamente provoca resentimiento, culpa o rechazo.Si tras un periodo de tiempo sin agresiones, mi hija vuelve a pegar a un niño en el parque, mi respuesta iría
encaminada a descubrir qué razón justifica en esta ocasión para ella la agresión (para mí nada justifica una agresión pero es importante que les dejemos expresarse, nos dan mucha información) y nuevamente intentaría que tomara consciencia de lo que provoca en el otro y que buscara una alternativa mucha más respetuosa.
Como os podéis imaginar, este “antivirus” no hace más fácil nuestro trabajo en la crianza de nuestros hijos e hijas, pero a mí me sirve para no quedarme trabado en mis propias trampas. Me ayuda a ponerme en marcha y superar la indefensión que en muchas ocasiones sentimos los padres y madres en este largo camino que es la educación.